sábado, 1 de diciembre de 2007

Tallos Plantales

Los tallos plantales con los que había nacido no le dolían. Ni siquiera le molestaban.
Quizás por un antojo de la gramática, le gustaba asociar las palabras "callos plantales" con ciertos "tallos plantales", que la madre naturaleza había plantado en sus pies para que él se enorgulleciera de ellos.
A veces los usaba para conquistar y sentía un extremo placer al rascárselos, cuando despedían un particular olor y el plasma emergía de ellos.
Suponía que estos estos callos plantales le demostraba que él había sido un elegido. "El" elegido, para llevarlos como una reliquia digna de observar y envidiar.
Cada tanto les daba un baño de agua con sal pues tenía la hipótesis de que si los trataba con cariño y dedicación, crecerían sanos y fuertes.
Y así fue. Sus callos plantales comenzaron a propagarse por todo su cuerpo. Primero en las piernas, luego en el dorso y también en la nariz, dándole a esta la misma forma que tiene el aparato que hace los ñoquis.
El problema comenzó cuando se le instaló el último callo plantal en la planta funcional misma del cerebro.
Se sintió perdido y satisfecho al mismo tiempo. Salía a la calle y a todo le veía forma de callo plantal. Hasta se ofrecía para rascar cabezas y luego recoger el plasma emanado con su propia lengua.
Estaba tan consternado por su nuevo rol, que decidió comerse sus propios callos plantales y así alimentarse de ellos. Sólo consiguió que se ramificaran aún más, hasta que sólo se vieron sus huesos dentro de una pantalasa de plasma gigante que latía como una ampolla a punto de explotar.

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