lunes, 3 de diciembre de 2007

El Ghetto de la Felicidad

¡Fuera del ghetto de la felicidad! - gritó-. No quiero más este cuerpo inmunizado, esta cordura tranquila de estar viva, esta piel que huele a talco, estos talones mojados de sudor, este gabán sin una sola mancha, este mecanismo de andar debido sin deberle a nadie.

Meses atrás al día de la despedida, se encontró frente a dos puertas sin saber por cuál optar. La indecisión había sido la única elección elegida en su fructífera vida y esta vez, al verse instado por dos posibilidades dispuestas en una, no se le ocurría qué procedimiento seguir. Puertas. Dos puertas. Dos trabas. Dos cerraduras abiertas por dónde mirar. Pero al imaginar mirar sólo devenía oscuridad en su imaginación.

Prendió el faso por la mitad que guardaba en el bolsillo y se sentó a meditar, a dejarse envolver por el pensamiento que de mañana suele ser más claro. Pensaba.
Esquivaba divagar. ¿A quien se le pudo ocurrir erigir en esta puta ciudad dos ghettos, uno el de la felicidad y otro el de la angustia? ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Quién me trajo?
Casi oscilaba con el delirio.
Sabía que si no optaba perdería el tren de las seis de la tarde. No porque las dos puertas condujeran a algún lugar, sino porque sabia que si no optaba por una de ellas no podría emprender jamas el viaje que surcaba su inestabilidad con su ansiado destino. El destino majestuoso que nunca llega a conocerse porque no existe.
Destino. Palabra abotonada. Clarificadora. Simplemente porque no existe. Al menos más allá de la palabra.
Miró su arrugada cédula de identidad donde todavía conservaba un vestigio de niño en la mirada y se pensó hombre bueno. Había cuidado a su madre hasta sus últimos días. La había bañado. La había cargado como a un cordero agonizante. Había limpiado la comisura de su boca cuando esta derramaba la comida. Casi todo. Casi todo menos vivir. Este era un derecho que se atribuía sólo por ser un hombre bueno . Estaba convencido que merecía un reconocimiento por haber aguantado tanto y que a estas alturas ya estaba benditamente convertido en un hombre bueno. Un hombre decente, de familia. Un hombre decente sin familia. Sólo un hombre.
Meditó un minuto más, sólo un minuto más y optó por atravesar la puerta en la que un letrero anunciaba: "ghetto de la felicidad".

Pasados los primeros pasos, una semi plaza con motivos de juegos espaciales adornaba un corredor muy y extremadamente iluminado. Un mujer con delantal blanco, planchado y almidonado le dio la bienvenida poniéndole la mejilla para que él la bese. Pero ella no activó el mecanismo del beso en la mejilla, simplemente dispuso el rostro de manera también mecánica pero diferente a como él lo hizo, sin involucrar la boca, la secreción ni el roce. El roce, tan importante entre él y su gente; sentir el mínimo olor al besarse en las mejillas u olfatear el aroma que alguien le dejaba en la palma de la mano.

Ingresó a otra habitación donde le comunicaron que pasaría su estadía el tiempo que él deseara. Esa palabra fue liberadora, pero al instante el sujeto parlante que la dijo la modificó y aclaró: -"Disculpe, el tiempo que usted requiera". Requiera le sonó a instrucción medica. A muela careada. A planilla de empleo. A pastilla curativa. Todo menos requerir. Requerir es para inválidos. Inválidos. La puta madre. Mi madre quedó invalida. Mi madre. Y se durmió de una manera espeluznante. En sueños andaba totalmente desnudo por un campo de espinas. Las espinas le hacían sangran los pies pero no sentía dolor, sino alivio; la sangre era tan fría que le calmaba el ardor de otras heridas invisibles.

Al despertar le sirvieron un desayuno rico en cítricos. Leche blanca ultradescremada. Pantuflas acolchadas por dentro y por fuera. Nada de tabaco que inhibe la erección - le dijo alguien - y usted deberá procrear y perpetuar la especie humana, serie mutante del universo.
No dijo nada y se dedicó a tocarse un poco los genitales mientras descorazonaba la miga de una galleta.

Escuchó una voz femenina tan dulce y se dedicó a escucharla más atentamente cuando esta voz le dirigió la mirada y le dijo: - "Aquí usted no tiene que preocuparse por más nada. Tendrá todo hecho. Todo ordenado. Todo bien limpio. Todos sus pedidos serán concedidos, uno a uno, por el tiempo que requiera. Simplemente dedíquese a vivir".
"Requiera" - otra vez esa puta palabra- pensó. ¿Cuál será el limite entre lo que deseo y requiero? ¿Requiero será el hijo de Deseo? Porque requerir significa que re-quiero, es decir, que quiero un poco más que simplemente querer pero.... mi deseo, mi deseo de bramar entre dos tetas, de cabalgar como un caballo, de rascarme como un animal, de emborracharme, de enfermarme pariendo vida por todos mis poros... Todo eso...¿dónde? ¿Dónde dios-diablo, dónde?

Días pasaron donde todo se repitió como un sincronismo perfecto. Días de leche y pan de centeno. De azulejos blancos. De sabanas gruesas extremadamente almidonadas y frías. Mañanas de cuellos armados y ventanas diminutas. Tardes de olor a geriátrico y a pasillo de hospital. Noches de dormir a las ocho y postre de compota con sabor a crema dental. Así sucesivamente. Y horarios permitidos para mirar tv.

Se encerró en el baño y mirando el espejo le dijo al que también lo miraba -"Puta felicidad tan requerida, ya no te quiero. No te necesité nunca. No se por qué pensé que aquí iba a encontrarte. Sos lo peor que puede pasarla a un hombre tan terriblemente loco de infelicidad como yo. Quiero otra vez mi saludable amargura que me hace desear incansablemente buscando cómo saciar y enmendar mis deseos, mis deseos que son autitos a los cuales les falta una rueda pero que todavía giran y giran en búsqueda. En búsqueda. No se sabe de qué. Pero siguen buscando. Aquí he perdido mi facultad buscativa. Todo está tan estúpidamente ordenado que ni siquiera puedo darle vida a mis estímulos incondicionados. No puedo desear comer una manzana porque la manzana ya está podrida en la mesa. No puedo sobarme el trasero porque no dejan que ni se me ensucie. Tengo la piel tan blanca. Tan transparente. Pero no soy un fantasma. Quisiera serlo. Amo a los fantasmas. A esos que te llevan. Que te devuelven. Pero a mí... Yo no me llevo a ningún lado.
Estúpida felicidad, tan predecible, todos te agradecen. Sos una puta que porta palabra tan cursi, tan malgastada, tan malvendida. Te doy vida al nombrarte pero te mato al suicidarme por mi hermosa infelicidad."

1 comentario:

Unknown dijo...

HOLA LU...ME GUSTO MUCHO COMO ESCRIBIS,TE FELICITO DE CORAZON,ME ENGANCHE CON TUS COSAS Y VINIENDO DE MI,NO TODOS LOS TEXTOS QUE PULULAN POR AHI ME ATRAEN,BUENO ,LOS TUYOS SON UNO DE ESOS TEXTOS...ANDARE POR AQUI SEGUIDO,SALUDOS